Cuando los días son cortos en el invierno, pueden pasar varios días sin sol… hay horas de luz, pocas, pero con luz, pero muchas veces el sol no se ve como tal (el círculo amarillo que uno dibujaba detrás del las montañas o entre las nubes siendo güila), por lo que uno no puede verse la sombra. Acá en el bosque en noviembre y diciembre no recuerdo haber visto mi sombra dibujada en el suelo… a raíz de ello, cada vez que me veo proyectada, me tomo una fotografía, primero para festejar el evento y también para guardar el recuerdo hasta que vuelva a suceder.
Con el frío todo parece reducirse. Por lo general todo está quieto… muy quieto. No se escucha nada salvo que sople el viento o pase eventualmente un carro. Nada se mueve. Los colores en el paisaje son pocos… blanco, blanco y más blanco, con cafés y grises. Los olores en el ambiente son mínimos, sólo se tiene la sensación del “olor a frío”. Esto es muy evidente, dado que mi nariz estaba acostumbrada al barullo de almizcles que lo asaltan a uno en Costa Rica por el simple hecho de respirar o “asomar la nariz” a la calle… bueno y ni que decir ir al Puerto!
La gente cuando sale tiene un propósito… es decir va a ir a hacer algo específico. No se ve gente en la calle “paseándose” a pie ni en broma, sólo de repente alguien que sale velozzz de un carro y entra a una tienda, y pocos instantes después regresa a la misma velocidad.
El vivir un invierno, tan frío y tan largo, hace que uno comprenda a los grandes compositores y a todos los artistas que de alguna manera han querido plasmar de alguna forma la alegría que debe sentirse cuando inicia la primavera.